Escribir, escribir, escribir.
He
ahí la cuestión.
Me
pagan por pensar y escribir. Dicho así, creerían que soy una iluminada o gurú
con dominio sobrenatural sobre sus propios pensamientos. Aunque en realidad no
soy más que una empleada que vive de su escritura creativa porque así lo quiso
y así le fue. Pero desde hace unos años, eso no alcanza. No alcanza para vivir
(no hablaré aquí del contexto argentino en el que nos encontramos desde hace
unos años) como tampoco alcanza para alimentar mi espíritu. Lo interesante de
esto, es que no me di cuenta recién, sino desde hace varios años; y se acentuó
con la muerte de mi papá, hace casi dos. Ese “darme cuenta” lo que hizo fue
impulsarme a reconocer dentro de lo que hacía, lo que ya no me daba gracia o
placer y encarar clínicamente, -como si me hubieran diagnosticado una
enfermedad- el alivio de ese malestar y, de ser posible, su erradicación. Nada
inmediato ni milagroso, por cierto.
Por
ese lado, puedo decir que hubo un avance.
Un avance leeeeeentoooo.
Y
así, otro año se me va. Se me va de las manos y a dos días del publicitado fin
del mundo y (superada esa fantasiosa instancia) a dos semanas de finalizar el
año, me encuentro haciendo el balance y proponiéndome hacer todo lo que no
hice, en el año que se inicia. Casi, como cada año desde que tengo uso de
razón.
Ayer,
cuando planificaba en grupo algo a futuro, dije como siempre:
“aunque no sé si voy
a estar haciendo esto dentro de 6 meses”
y,
por primera vez en muchos años, alguien me dijo la cruel verdad:
“es lo que te escucho
decir hace años y seguís haciendo lo mismo, por ende, es probable que lo sigas
haciendo”.
Cortamambo. Cross. Cachetada. El mismo efecto que provocaba el “gallina” en Mc
Fly. Pero…
Proyectando.
A
diferencia del año pasado (o sea, de la
proyección de este año a fines del año pasado), en este momento me
encuentro con cosas entre manos. Y esas cosas son las que no quiero que se me
vayan. Porque con ese tratamiento de la afección logré abrir una puerta muy
pesada y algo vislumbré. Ahora quiero ver más.
Lo
interesante de tener varias ideas y/o proyectos en simultáneo entre manos, permite
tener más opciones para concretar al menos un objetivo. Lo malo, es que se
divide el foco entre cada una de esas ideas/proyectos. Por ende, la energía se
dispersa. Pero, ¿cómo saber a cuál darle mayor importancia? Y vuelvo al inicio.
Escribir,
escribir, escribir.
Cualquiera
sea el proyecto como primera medida, hay que escribirlo. Plasmarlo en papel
(real o virtual) obliga a pensar y repensar el proyecto hasta darle una forma
concreta y encarar su próximo paso.
Y
para escribir, nada mejor que:
Estar inspirado.
Este
año golpeó duro. Muy duro. Otra vez la muerte cercana me dejó en la lona. Pero
también me sirvió para darme cuenta que tengo pilas para rato. No me puedo dar
por vencida. No puedo permitirme sentir que no tengo recursos cuando veo lo que
logran quienes menos tienen. No puedo permitirme estar mal después de ver cuánto
luchan quienes desean seguir viviendo. Lo hacen hasta el último suspiro.
Y
como saben, a mi me inspira y reanima viajar. Tomar distancia. Mirar, conocer,
observar. Aquellas cosas y costumbres que no me son habituales, son las que me
permiten ver más allá.
Así
terminaré este año. Así comenzaré el próximo.
Y en
estos tiempos de saludos, encuentros festivos, brindis y deseos, tener cosas
entre manos, despedir el año viajando en familia y haber abierto una puerta
nueva, es motivo de felicidad.
Si,
si, felicidad.
Si,
si, ¡felices Fiestas!